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martes, 5 de octubre de 2010

PALABRAS MÁS, PALABRAS MENOS

“Hay poetas que están en el infierno.
Otros en el purgatorio, pero ninguno en el paraíso”
Giovanni Quessep
El novelista estadounidense Ernest Hemingway (1899-1961), con el sarcasmo que siempre lo acompañó, fue quien dijo, palabras más, palabras menos: “La cualidad más esencial para un buen escritor es la de poseer un detector de mierda, innato y a pruebas de golpes”. No hay nada que yo deteste más en la vida que una puta chillona y las personas que se ocultan detrás de la falsedad y de la hipocresía, y que creen que uno es pendejo. He tenido pequeños y grandes enemigos. Y cuando he tenido que enfrentarme, nunca me he ocultado detrás del seudónimo, y mucho menos del anonimato, y, por supuesto, tampoco he denigrado de nadie a sus espaldas. Es cobarde quien lo hace. Tengo gran respeto por mis enemigos. Pero lo maravilloso de todo es que no tengo ningún resentimiento o algún malsano remordimiento. ¡Qué el Santísimo me ampare! Me gustan los grandes enemigos. Que sean inteligentes y que tengan mucho poder. De los pequeños no me ocupo. No malgasto en ellos ni siquiera un mal pensamiento. Afortunadamente, en el gremio de los abogados, y en el regazo de los literatos, todos nos conocemos. Hay abogados que solo ganan sus juicios en la prensa; y, en los estrados judiciales, se valen de torniquetes y otras roscas, porque, sencillamente, repudian la justicia e ignoran los más elementales principios del derecho procesal penal moderno. Hay escritores que son unos cagatintas tasados. Temen escribir lo que sienten por prevención al qué dirán. Pobrecitos. Extraño el canto del gallo a las cinco y media de la mañana. El ladrido de mis perras. De “Katy” y “Sirena”. Añoro masturbarme el clítoris con mis amigos. A través de la montaña advierto cuán enormes son los edificios, feroces y con ganas de comerme o devorarme como cualquier insignificante bocadillo. Siento que ésta gran ciudad desea atraparme; utilizarme como cualquier trapo sucio. Los pájaros que revoletean me llevan a mi telúrico pueblo. Extraño mis libros. Mis gatas. Mis putas. Mis mujeres. Ya nadie juega con mis bolas. Eso duele. Me duele. Tantos payasos a mi alrededor ofusca mi entendimiento. Temo ser devorado en cualquier instante. Presto atención a las caravanas de gentes que deambulan por las calles; desde aquí arriba, desde éste cerro ceñido de cemento, el silencio me trae a la memoria a Ernest Hemingway: “Un hombre puede ser derrotado pero no destruido”, ¿dónde, en qué lugar leí esto? ¿En El Viejo y el Mar? No me acuerdo. Quizás es por el insomnio. Esta madrugada desperté con ganas de conversar. Mi esposa estaba en el quinto sueño. ¿Se dice así? ¿Por qué en el quinto sueño y no en el primero? De nuevo me acosté a dormir. Soñé que estaba despierto. De pronto mi hermano Luis Alberto Meléndez se apareció y sonriendo me dijo sé que llevas mucho tiempo sin poder dormir, pensando en lo que me sucedió y en lo que pudo no suceder. Ya no puedo cuidarte. Tampoco podemos ser socios ni vender quesos ni crema. No necesitas verme porque yo siempre he estado contigo. Cuanto más piensa en mí, más crezco y me fortalezco en tu corazón. ¿Por qué no te cuidaste? ¿Quién te traicionó? Todo a su momento, Leonardo. Tú como siempre, tan crédulo. Aquí, en estos momentos, te propongo algo. ¿Qué te parece si ambos escribimos un libro? Me encantaría. Necesito que el mundo sepa lo que me ocurrió. Cuenta conmigo, Luis. ¿qué tal si de cuando en cuando me asomo, vengo y hablamos desde la época que te llevaba agarrado de la mano a ver el matinal del Cine Estelar en la Calle Bolívar, porque Mamá así me lo pedía? ¿Te acuerdas, Leonardo? De eso hace tiempo. Llévalo de la mano, no lo solté por el camino. Muchos de los que has creído que son tus amigos, después que publiques nuestras conversaciones te odiaran y te envidiaran aún mucho más. ¿Le echamos bolas? Tú sabes que siempre contarás conmigo, Luis. Son las 6:45am. Me acerco a la ventana y mientras veo un grupo de niños que van a la escuela, Moraima me dice vas a tomar café negro o te le echo Coffee-mate, sí como tú quieras, le digo. ¿Me odiarán más? ¡Verga! Esto se pone bueno. A Oscar Wilde lo odiaron por su homosexualidad, y no ha habido un genio más grande que él. Quizás Wolfgang Goethe. Van Gogh, el gran pintor de los girasoles, fue duramente odiado por su exacerbado amor a una prostituta, ¡Pero nadie ha pintado como Van Gogh! A Charles de Baudelaire, lo odiaron por su afición al opio, pero nadie ha escrito un libro tan hermoso como Las Flores del Mal. No he olvidado que, poco antes de morir Ludovico Silva, un estudiantico de Letras de la UCV, escribió en El Nacional de Caracas sobre “lo borracho que éste era”. De ese infeliz “estudiante” nunca supe más; quién sabe la vida no le alcancé para leer la obra completa del único escritor latinoamericano que conocía, palmo a palmo, la obra de Karl Marx. ¿Cuál es la razón de estas líneas? Ninguna. Solo busco un motivo para dilucidar el agua turbia.

 
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