EL PODER es pura
mudez, plúmbeo silencio. Cuando habla, si habla, impone un pedestre discurso
único (uniforme, monolítico, monocorde), mortalmente soporífero, clara
representación del vacío y la estolidez que representa y que lo caracteriza:
eslóganes, consignas, eufemismos, clichés, frases hechas, interjecciones y
onomatopeyas, obviedades sin cuento que quieren pasar, sin lograrlo, por
discurso lógico y coherente, amparándose (muchas veces) en el frío y
deslumbrador reverberar de los tecnicismos, de los datos y las cifras, de
los complejos cuadros estadísticos.
Es por ello
que el Poder requiere para perpetuarse y persistir del esplendor y
belleza, del prestigio y de la legitimación, en suma, de la ideología y de la
cultura y de la palabra. Por lo que tradicionalmente capta a
intelectuales y plumíferos con atractivos dádivas y regalías: nombramientos en
posiciones públicas relevantes, publicación y difusión de sus obras,
intervenciones en significativos actos institucionales, viajes al extranjero,
homenajes y reconocimientos, otorgamiento de premios, etc., para que éstos
actúen y trabajen de forma esforzada y entregada en la dirección que se les
dicta y señala o por lo menos no mantengan una actitud frontalmente crítica ni
beligerante contra el poder y sus representantes.
Los
intelectuales que no se avienen a las exigencias y requerimientos del Poder,
literalmente no existen y viven como auténticos exiliados en sus propios
países, reducidos sin más al más abyecto ostracismo, al más
escandaloso silencio. ¿Cuántos de estos intelectuales desterrados, que viven en
un auténtico exilio interior, tenemos en nuestras cálidas
repúblicas que quieren mostrarse ante los ojos del mundo como
modernos Estados democráticos en pleno avance hacia el pleno desarrollo y
el total progreso? Penosamente quizá sean hoy en día bastante más de los que
cada uno de nosotros estamos dispuestos a reconocer.
El asunto
tiene además otra vertiente de alta positividad para el Poder, pues la
productividad artística y bibliográfica artificialmente así incentivada ofrece
al espectador no avezado la visión deslumbradora de todo un auténtico
"Renacimiento" cultural de la Nación, cuando la realidad es que
hay sí en efecto cantidad de actos y eventos y actividades culturales y
publicaciones, pero dado que el único criterio para su selección y gestación
efectiva es el entreguismo al Poder que las genera y propicia y las hace
posibles, hay muy poca o ninguna calidad en todo ello. Nada en verdad garantiza
en un tal estado de cosas la hondura y pertinencia de ningún accionar
humano.
Y por esta vía
de la falta de significación de los productos culturales retorna de nuevo el
Poder al más cerrado y oscuro silencio.