A las palabras se las lleva el viento, es ciertamente una frase hecha, que refiere como es lógico, a la tradición de la palabra hablada. Práctica muy difundida en Occidente y de la que hay muchos ejemplos y sólo recordaré algunos.
Sabemos que Pitágoras no escribió, y hay quien defendió la postura al decir que obró así por tener más fe, en la virtud de la instrucción hablada.
Además de la abstención de Pitágoras, está el testimonio de Platón, que en el Timeo afirmó: "Es dura tarea descubrir al hacedor y padre de este universo, y, una vez descubierto, es imposible declararlo a todos los hombres". Y en el Fedro, narró una fábula egipcia contra la escritura (cuyo hábito hace que la gente descuide la memoria y dependa de símbolos), y dijo que los libros son como las figuras pintadas: "que parecen vivas, pero no contestan una palabras a las preguntas que les hacen". Para atenuar o eliminar este inconveniente, imaginó el diálogo filosófico, tan extendido en nuestra sociedad, que sirve de base, no se si correctamente, a no pocas actividades culturales como la psicoterapia, por ejemplo.
Se supone que el maestro puede elegir al discípulo, pero el libro no elige a sus lectores, que pueden ser malvados o ignorantes; este recelo platónico perduró en las palabras de Clemente de Alejandría, hombre de cultura pagana- por citar alguien lejano en el tiempo aunque tal vez, no tanto en la ideología-: "Lo más prudente es no escribir sino aprender y enseñar de viva voz, porque lo escrito queda"; y también dijo: "Escribir en un libro todas las cosas, es dejar una espada en manos de un niño", que quizá, derivan a su vez, de las evangélicas: " No deis lo santo a los perros ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, porque no las huellen con los pies, y vuelvan y os despedacen". Esta sentencia es de Jesús, el mayor de los maestros orales, que una sola vez escribió unas palabras en la tierra y nos las leyó ningún hombre.