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miércoles, 21 de marzo de 2018


SOBRE EL REALISMO MÁGICO DE CARORA Y LOS RIESGOS DE LA LITERATURA



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Cuando escribí la crónica Mi Regreso a la Sultana del Ávila, yo tenía apenas diecinueve años de edad.  Hoy en día tengo cincuenta y un años. No me arrepiento de haberlo escrito y publicado. Aunque está claro –evidente e irrebatible– que el Leonardo de aquél entonces y el de hoy,  en nada se parecen.  Tiempo después que escribiera Mi regreso a la Sultana del Ávila (Vid. Elucubraciones de un Caroreño, 1992; Corte de Apelaciones, 2014) cayeron en mis manos, no pocos libros bibliográficos de personas que, en su vida mundana, fueron personas pérfidas e inicuas, verbigracia,  Pablo de Tarso (Saulo),  quien luego de perseguir y matar a los cristianos, fue elegido por el propio Jesús de Nazaret, para que llevara su palabra a regiones remotas, convirtiéndose en uno de los grandes pilares fundamentales del cristianismo. Santa María Magdalena, a pesar de haber sido una prostituta, una hermosísima pecadora de los placeres terrenales, no sólo fue perdonada por nuestro Señor Jesucristo, sino que fue de las pocas personas, que estuvo al lado de la  Madre de Jesús, durante el martirio, tormento, suplicio,  que padeció el hijo de Dios; estuvo, digo, a los pies de la cruz, acompañando a María, la Madre de Jesús; y, estuvo presente cuando sepultaron los restos del más grande de todos los hombres nacidos en este mundo. Por si ello fuera poco, es la primera persona a quien se aparece Jesús de Nazaret, ya resucitado.  En cuanto a la figura del Papa, o mejor, de los Papas, hay quienes, dedicados a escudriñar la historia, han descubierto que muchos pontífices –Vicarios de Cristo– tuvieron hijos.  El Papa Inocencio I, sucedió a su padre biológico, el Papa Anastasio I.  El Papa Silverio, fue elegido Cabeza de la Iglesia (Sumo Pontífice), trece años después de que muriese su padre, el Papa Hormisdas.  Estos cuatros Vicarios de Cristo, son Santos de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.  El Papa Nº 48 de la Iglesia Católica, es San Félix III (483 – 492).  Tuvo dos hijos, antes de ser elegido para suceder al Papa Simplicio en la silla de San Pedro (Primer Papa). Era hijo de sacerdote y estuvo casado.  El abuelo paterno del Maestro, Don Luis Beltrán Guerrero,  es el sacerdote Domingo Vicente Oropeza, padre biológico de Don Alejandro Meléndez, a su vez, padre natural del más grande humanista del siglo XX venezolano.  No voy a entrar en detalles si los sacerdotes tienen derecho o no, a tener familia. Cuando se publicó mi libro Corte de Apelaciones (2014), hice un par de comentarios a pie de página a mi crónica Mi Regreso a la Sultana del Ávila, donde mencioné a mi gran amigo, el Presbítero y Licenciado en Teología y Filosofía, Ramón Luis Crespo Lobato –de grata recordación–, a quien obsequié mi libro Corte de Apelaciones, para que leyera lo que yo había escrito sobre él. Su respuesta fue su acostumbrada sonrisa y sin darle importancia alguna, ese día platicamos sobre el acontecer político y otros tópicos de Carora y sus gentes. Antes de salir publicada mi novela Cementerio de Voces, él –el Presbítero Ramón Luis Crespo Lobato– la leyó completa, en el año 2012, y cada vez que nos veíamos solía preguntarme cuándo se publicaría. Nunca hubo ningún reclamo de parte suya, porque Ramón –en el lenguaje del cariño y afecto familiar–  era un hombre muy culto, un gran conocedor de la literatura universal, y un incansable lector de cuanto libros caían en sus manos. Sin que  quede duda alguna, él fue el sacerdote caroreño más culto y académico nacido en  el siglo XX.  Me acompañó a mediados del año 2014, en un acto público, cuando fui designado como orador de orden en el Concejo Municipal de Torres, en la conmemoración del Aniversario del Ateneo de Carora “Guillermo Morón”, del cual era Miembro Honorario. Nunca le llegué a preguntar directamente, si era cierto o no, lo que en toda Carora se comentaba. Muchos a sus espaldas, lo criticaban, y él lo sabía. Nunca nuestra amistad se rescabrajó. Su amado padre llevó a mi casa la tarjeta de invitación a su ordenación sacerdotal en la Ciudad de Caracas, y a la misma asistí acompañado de mi primo Julio Antonio Meléndez. Leyó mi novela y nunca hubo ningún reproche hacia mi persona.  Pero, acá entre nos, ¿Qué de malo hay que un eclesiástico, sacerdote o Ministro del Señor, tenga hijos? San Ignacio de Loyola (1491 – 1566), tuvo una hija, mucho antes de ser declarado Santo, por la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. ¿A qué viene todo este cuento? ¿Qué se trae entre manos, este demonio de Leonardo?, se preguntará el erudito y estudioso lector. Muy simple: si bien en una ocasión señalé algunas circunstancias nimias acerca de mi otrora profesor de artes, en mi artículo Mi Regreso a la Sultana del Ávila, quiero dejar constancia inequívoca y cierta, que el Dr. Alberto Álvarez Gutiérrez, aún no era sacerdote, y quizás, ni pensaba serlo. Era, simplemente, un hombre común y corriente. Un educador prestado a la abogacía, hasta que recibió –años más tarde– el llamado genuino y verdadero de Dios, Padre Omnipotente y Omnipresente.  Cuando el segundo Obispo de Carora, Monseñor Ulises Antonio Gutiérrez,  hubo de ser trasladado a la Arquidiócesis de Ciudad Bolívar,  con frecuencia visitaba mi casa materna, Monseñor Carlos Alberto Murillo, quien es noble y distinguido amigo de mi familia, sobre todo de mis padres, Doña Gregoria Urbana Meléndez y Don Hipólito Álvarez Betancourt. Con él, con el Padre Murillo, como acostumbro a llamarlo –afectivamente– entablé varias tertulias referidas,  a quién de los sacerdotes caroreños actuales, podría ser el indicado para suceder al hoy Arzobispo, Monseñor Ulises Antonio Gutiérrez Reyes. Ambos  –afortunadamente– coincidíamos que, sólo un hombre era el adecuado: el Presbítero, Dr. Alberto Álvarez Gutiérrez, quien,  además, de haber sido un ilustre e ilustrado educador, como abogado demostró sabiduría y humildad, cualidades difíciles de encontrar –penosamente– en la mayoría de los egresados de las escuelas de Derechos de las diversas casas de estudios  del país.  Alberto Álvarez Gutiérrez, o “Betote” –como afectuosamente es nombrado por quienes lo conocen– tiene una particularidad: es un hombre honesto. Un hombre digno. Decente. Honorable. Así lo reconocen, propios y extraños; en otras palabras, el pueblo entero. La voz del pueblo caroreño.   El viejo proverbio vox populi, vox Dei (“La voz del pueblo, [es] la voz de Dios”), no se cumplió en esta oportunidad. Toda Carora, todos los carorenses, rezábamos para que el Papa Francisco, designará al Presbítero, Dr. Alberto Álvarez Gutiérrez, como el tercer Obispo de la Diócesis de Carora. Sordideces  humanas no lo permitieron. En su lugar, fue nombrado Mons. Luis Armando Tineo Rivera.  El Presbítero, Dr. Alberto Álvarez Gutiérrez, no solo ha sido un consumado servidor de Dios, sino que, a lo largo del tiempo, se constituyó en una referencia notable en la academia y en la educación venezolana, así como en un conspicuo escritor de prosa pulimentada y perdurable como el mármol imperecedero. Sus obras, La Confesión de Fe en Monseñor Salvador Montes de Oca, y, Sobre Ramón Pompilio Oropeza, se hayan en un sitio predilecto en mi biblioteca. Sigo pensando que él –el Presbítero, Dr. Alberto Álvarez Gutiérrez– merecía haber sido nombrado –para honra de Carora– el tercer Obispo de la Diócesis de Carora.
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Confieso que soy cristiano ortodoxo. No fanático. Mucho menos adulante. Guardo relación amistosa con varios sacerdotes venezolanos. Algunos han sido alumnos míos, a nivel de postgrado, como el Presbítero, Dr. Gerardo Moreno, a quien tuve el magno honor de prologar una novela suya: Amor en 3D. A nivel de bachillerato, o de educación media, tuve el privilegio de darle clases a tres jóvenes que luego de obtener el título de Bachiller, oyeron el llamado de Dios Padre (Abba) y escogieron el camino del sacerdocio. Como, por ejemplo, el Presbítero y Lic. Mario Piñango, sacerdote de la Parroquia San José de Siquisique, Municipio Urdaneta del estado Lara, es uno de mis amigos y además, uno de mis ex alumnos más aventajados. El Presbítero, Magíster y Licenciado Jaime Vivas, es otro gran amigo, a quien recuerdo, por haberse acercado a mi oficina, en los días postreros, del secuestro y asesinato de mí hermano Luis Alberto Meléndez Meléndez. El Padre Jaime Vivas, es un hombre ecuánime, académico y erudito en filosofía y  teología. El Presbítero y Licenciado, José Gregorio Quero Sierra, es otro sacerdote admirable, a quien conozco desde mi infancia, por estar cerca su casa de la mía, allá en la Calle San José, de la Guzmana. Es un clérigo consagrado tan solo a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Con frecuencia lo he visto visitar el caserío de San Cristóbal (de Aregue), mi macondo, mi pedacito de cielo, a dar misas y oigo sus ceremonias en silencio y completas, sin salirme del templo o de la capilla, porque me entusiasma su sencillez, lo cual es propio del hombre sabio. Aunque no es entusiasta de la literatura de ficción, es un erudito en tópicos teológicos y filosóficos, y sigue al pie de la letra, los mandatos de la Iglesia. Docto en asuntos religiosos, místicos y escolásticos. Mi álter ego, mi otro yo narrador, fabulador, relata en la novela Cementerio de Voces –escrita a cuatro manos, pues, según mi álter ego, mi difunto hermano Luis Alberto, lo ayudó a escribirla– un comentario baladí, vacío,  nimio, pueril, que oyó de una abogada, acerca del Presbítero y Licenciado, José Gregorio Quero Sierra. Seguro estoy que la intención de mi álter ego, no fue perniciosa. Si bien, en ocasiones, no comparto su manera de actuar y de escribir, sé perfectamente que en su corazón no hay un ápice de malquerencia o perversidad contra nadie, su pasión es la literatura, la poesía, como la mía es el Derecho Procesal Penal. Lo sé, porque su corazón es mío también, a pesar de que a él (álter ego) le guste andar de bluyín y suéter, y a mí de flux y corbatas.  Tanto mi álter ego como yo, sabemos que el Presbítero y Licenciado José Gregorio Quero Sierra, es un hombre honrado, decente, y honorable. Uno de los sueños del Licenciado y Teólogo, José Gregorio Quero Sierra –dueño de un hidalgo corazón–  es convertir la Iglesia Nuestra Señora de la  Chiquinquirá de Aregue en Basílica Menor; como lo es la Basílica Menor Nuestra Señora de la Coromoto y lo es la Basílica de la Chinita, Maracaibo, desde el año 1921. Mi sueño es otro: Quisiera que el cuarto Obispo que sea designado para la Diócesis de Carora, sea un caroreño, y él es mi candidato. Dos caroreños se graduaron con honores en Roma: Ramón Luis Crespo Lobato y José Gregorio Quero Sierra. Ambos recibieron los pergaminos académicos de manos de Su Santidad, el Papa Juan Pablo II, santo en vida y canonizado después de muerto, cuya imagen en una medalla me acompaña siempre, porque lo admiré en vida y leí parte de sus encíclicas.
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 Soy cristiano, creo en Abba, pero no soy sectario, fanático ni extremista. Para los católicos, Santa María Magdalena fue una prostituta. En Cambio, para los caballeros templarios, ello formó parte de una ignominia contra el legado de María Magdalena. He leído que María Magdalena jamás fue prostituta. Existen evangelios prohibidos por la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, verbigracia, el Evangelio prohibido de San Bernabé. La obra Templarios, hijos del Sol y el Hijo de la Promesa, de Cesar Imbellone, es uno de los tantos libros vedados a los católicos.  A comienzo de  la década de los ochenta  –el 28 de marzo de 1980, para ser preciso–  unos obreros descubrieron la cripta o mausoleo de Talpiot al escarbar las raíces de un bloque de edificaciones en el este de Talpiot.  Encontraron una tumba de unos 2000 años de antigüedad. Para grandes investigadores, ése sepulcro no era otro que la tumba de Jesús, el hijo de María y José El Carpintero.  En el año 2001, el actor español Antonio Banderas, protagonizó una película, cimentada en la novela  El Cuerpo  The body– del escritor  Richard Sapir.  La película versa sobre el descubrimiento arqueológico de la tumba de Jesucristo. La recomiendo, pero no quiero entrar en detalles; lo que sí quiero aducir,   es,  que,   hace ya algún tiempo,  a alguien le escuché comentar que si “Jesús de Nazaret, no era hijo de Dios; es el único en toda la humanidad, que ha merecido serlo”, máximas que me absorbieron tanto, que, en determinadas ocasiones, frecuento citar  a mis educandos. Respeto las ideas ajenas. Pero soy de los que no se sientan en la misma mesa, con aquellos que creen que sólo ellos son dueños de la verdad absoluta. Me da pavor. Me da miedo. Siempre le he temido a la ignorancia y a la estupidez. Juandemaro Querales, Míster Solo, cree que es posible que Jesús de Nazaret haya vivido y muerto en Cachemira, y le da la razón al escritor Andreas Faber-Káiser; cree inclusive que Jesús tuvo descendencia con Magdalena; yo, en cambio, como sé que el Presbítero Carlos Vivas, y mi bienamada madre, leerán ésta crónica, me abstengo de dejar constancia de mi discernimiento.

                                        









 
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