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miércoles, 21 de marzo de 2018


MAÑANA 23 DE JUNIO
Mañana 23 de junio, es Día del Abogado, evoco tantos recuerdos de mi adolescencia y el quinquenio de mis años universitarios en Caracas. Mi amado y anciano padre, fue un lector empedernido. Ya no lee, pues ha tenido dificultades, propias de su avanzada edad. Mensualmente compraba tres o cinco libros, novelas, libros de cuentos y de análisis políticos. A diario, compraba no menos de tres periódicos para estar al día con la información. En su biblioteca particular, en una ocasión encontré un Código Penal, por allá por los años 1982 - 83, y llamó mi atención porque mi padre no es abogado. Lo leí por curiosidad, y me pareció fácil su lectura e interpretación. Pero no se paseaba por mi mente ser abogado. A mi me gustaba leer era novelas y libros de cuentos. La poesía me fascinaba. Mi padre, quien es católico, practicante, me aconsejaba que estudiara para sacerdote. Deseaba tener un hijo cura, sacerdote... Y, obviamente, por mi postura religiosa, mi manera de pensar, no pude complacerlo. Por otro lado, mi amada madre, Mama Goya, siempre me compraba libros de medicina, porque, naturalmente, quería que su atolondrado hijo fuera médico. Yo los leía sin entender nada, y se los regalaba a una novia que tuve en bachillerato, quien si le gustaba la medicina, y posteriormente, se graduó de Médico Cirujano en la UCLA. Yo lo que quería estudiar era letras, en Mérida. Me la pasaba leyendo a Rimbaud, Mallarmé, Wilde, Faulkner, Neruda, Buesa, y visitando bares y burdeles, donde me sacaban porque no tenía edad para estar en esos mágicos sitios donde abundan historias llenas de sortilegios, equinoccios y solsticios. (Paradójicamente, los Tribunales Penales se han convertido en antros pervertidos, al punto que no podría comparar los lupanares ni las meretrices de mi adolescencia, con las quastuosas que en lugar de administrar justicia, venden sus principios, sus conciencias por un puñado de monedas, sacrifican la libertad del justiciable, como hace un poco más de dos milenios, sacrificaron al hijo del Verbo, vendido por treinta denarios de plata). Fui siempre un estudiante rebelde. Pese a mi opacada y timorata inocencia pueblerina, solía contradecir a mis profesores de Literatura. Mi Maestro de Literatura, Jesús Antonio Herrera, recientemente fallecido, me había envenenado el alma, pues me obligó a leer la obra completa de Hermann Karl Hesse. Muchos años después, esas lecturas me mantuvieron en pie, cuando por una vulgar maniobra de personeros que no valen la pena nombrar, fui a parar a la ergástula del estado Lara. Ahí hube de leer a Jorge Luis Borges, casi su obra completa, gracias a Doraima Yajaro, la última mujer decente e inteligente que tuvo, Juandemaro Querales, mi otro gran Maestro de Literatura, en mi adultez. Ya en quinto año de bachillerato, un domingo caroreño, desayunando con mondongo de chivo y arepas de maíz pilado, les dije a mis viejos, "quiero que sepan que la próxima semana, pasarán una lista donde uno escogerá tres posibles carreras, y no voy a colocar ni medicina ni filosofía ni teología...". Hubo un breve silencio sepulcral. Mi padre, mirándome de frente, dijo: " Ud, ya es mayor de edad...Ud, decide...". Mama Goya, esperó que terminaramos de comer, se acercó a mi, y me dijo: " Ud, se irá con Raquelita a Caracas, a estudiar Derecho, para que se cuiden uno al otro, no puede estar uno en Caracas y otro en Mérida, siempre han estado juntos...". Mi madre tenía la voz suave y la mano pesada y en ese momento no quise contradecirla, porque Mama Goya tenía una pegada mejor que la de George Edward Foreman. Esa semana coloqué entre las tres opciones, dos veces Mérida y de último Caracas. Una noche, a finales del mes de septiembre de 1985, nos tocó a mi madre y a mí dormir frente a la Plaza Madariaga de Caracas, en la acera de la sede de la USM, acompañado de mi primo Alexis Pereira Melendez, haciendo la cola para inscribirnos. Al día siguiente, como a las 5 pm, por fin mi madre, mi viejita querida, logró inscribirnos a Raquelita y a mí en la ilustre Universidad Santa María, donde nos graduamos Raquelita y yo, una soleada tarde, el 3 de noviembre de 1990. Mi madre me entregó esa misma tarde (septiembre, 1985), la constancia de inscripción y me dijo, tomándome de la mano, con su voz suave: " Hijo mío, estudia y gradúate, aunque sea de Abogado". Le hice caso. Gracias, Mamá.

 
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